Es verdad,
es muy cierto
que nuestro país
necesita a la brevedad
poner en orden
los diversos servicios
que el Estado brinda
a través de su órganos.
Es verdad,
es muy cierto,
que se debe poner orden
a los abusos que se han cometido
en campos como el laboral,
el ejercicio profesional,
el sistema comercial,
la responsabilidad fiscal,
la educación y salud pública,
la representación electoral,
el despilfarro casi total
del presupuesto nacional.
Es verdad,
es muy cierto,
que se debe poner en orden
el ejercicio legislativo,
el debate nacional,
la libertad de prensa,
la autonomía universitaria,
la representación sindical.
Todos ellos principios,
derechos y figuras,
de la vida nacional,
del convivir diario,
de nuestra propia historia,
de nuestro propio Ecuador.
Es verdad también,
que hay actividades
que no solamente deben
tener el control estatal,
ojo con esto,
digo estatal y no gubernamental,
que son cosas diferentes,
sobre todo porque la primera
pasa por alto el interés que tiene
el partido en el poder.
Un control digo,
que permita ofrecer sin olvido
un permanente servicio público de calidad,
controles a la delincuencia y al narcotráfico,
a la soberanía nacional,
al respeto de los derechos y obligaciones
de los ciudadanos,
y al rendimiento de cuentas
de los dineros públicos,
y del ejercicio del poder
otorgado en las urnas.
Es verdad también,
que existe una frontera difusa
entre control y hostigamiento,
que confunde la función
de garantías con la de intromisión.
Tengo la sensación
que algunas democracias,
y sobre todos sus gobiernos,
intentando poner orden,
han desarrollado acciones de control
que en algunos casos
has degradado en hostigamiento,
que se traduce poco a poco
en enfrentamientos
que suelen ser primero de palabra
pero que luego son de obra
y es entonces cuando
el ideal aquel
que motivó el orden
se olvida por completo
y triunfa de lleno
el perfil del dictador,
que no acepta para nada
opinión en contrario,
que censura de plano
a cualquier ciudadano
que se atreva a contradecirlo,
y lleva adelante su purga,
al mas puro estilo imperial
teniendo en cada dedo de su mano
las instituciones garantizadas
en la carta constitucional.
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