Érase una vez
un virus implacable
que acabó para siempre
el gusto de saludarse,
de darse un beso,
de estrecharse la mano.
Érase una vez
un virus desgraciado
que confundió nuestro camino
y generó desconfianza
por alguien que sufre
una gripe pasajera.
Érase una vez
un virus implacable
que empobreció los bolsillos
de los que a su paso atacaba
y aumento las ganancias
de los laboratorios
que decían lo curaba.
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