20 años atrás inició una guerra incomprensible. En los tres años de esa guerra, mas de cien mil personas fueron asesinadas ante los ojos del mundo, ante la
ineptitud de la comunidad internacional que nada hizo para detener un asesinato
fundamentado en la intolerancia y la brutalidad.
20 años han pasado, y el silencio de las armas no ha logrado
dar paso a la paz. Las diferencias étnicas entre serbios, musulmanes y croatas
aún se mantienen, con leyes especiales
para cada uno de ellos, como si la etnia los hiciera diferentes, como si la
guerra no hubiese sido suficiente.
2000 años y más, murió también un hombre y en su nombre
cientos de miles más, por un ideal: el del amor y la paz, el de la dignidad y
la tolerancia, el del respeto y la esperanza, el de la igualdad y la hermandad.
2000 años y más han pasado, y los valores básicos de la
persona humana están ahí, casi sin usar, ante la desesperación, la frustración,
la soledad, la pena y el dolor. Lo que importan son las diferencias, la
intolerancia, la crítica destructiva. ¿Qué pensamos de los que hablan de amor,
respeto, dignidad, consideración?.
Hay muchas lecciones por aprender, pero necesitan de
corazones livianos, de corazones sin resentimiento, odio, envidia, malicia o
ignorancia. Hay muchas lecciones por aprender, pero que necesitan que la verdad
esté primero en nosotros, en nuestros propios sentimientos, en nuestras
acciones, que aunque pequeñas, que aunque pocas, sumadas a otras iguales,
producirán un verdadero cambio, que no es más que nos amemos y actuemos como
verdaderos hermanos.
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