Los congresos, los parlamentos o las asambleas legislativas
tienen varios retos: dialogar y buscar consensos en beneficio de la comunidad.
Legislar y fiscalizar, para que los poderes del Estado puedan cumplir y cumplan
su misión institucional.
Los debates, no son otra cosa que la lucha de las ideas, de
los principios y de los fundamentos que motivan una propuesta, un deseo, un
beneficio colectivo. Una lucha pacífica
y noviolenta, por supuesto, porque lo que se trata no es que ganen unos
y que pierdan otros, sino que ganen todos, porque lo que inspira el debate, es
el beneficio colectivo y ese beneficio implica un delicado balance entre el
poder de la mayoría y la aspiración de las minorías.
Los debates son diálogos, y como tales, espacios para
escuchar y meditar con el fin de opinar, rebatir y votar. Los debates
parlamentarios no son entonces "diálogos de sordos", juegos
diabólicos que ocultan imposiciones de un poder supremo, un pretexto para poner
en marcha decisiones que no admiten debate, que no admiten diálogo, que no
admiten reflexión, que responden a sentimientos viscerales y no humanistas.
Todo esto a propósito del debate de la Ley de Comunicación
del Ecuador y de las leyes que debate la Asamblea Nacional. Conviene
preguntarnos qué tipo de debate, qué tipo de diálogo inspira a los asambleístas
y qué los motiva a actuar como actúan. La respuesta está en nosotros, en
nuestro corazón.
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