No puedes hacer una revolución para tener la democracia.
Debes tener la democracia para hacer una revolución.
Gilbert Keith Chesterton
La palabra democracia,
abunda en las bocas,
de los políticos de turno,
a ella se suman,
otras palabras que se asocian
a un discurso que queda
solamente en la palabra
y muy poco en la acción:
no sé si has escuchado hijo mío,
a los políticos en el poder
hablar de democracia,
libertad, igualdad, justicia,
y tantos conceptos más.
Aunque lamento
que esas palabras
solo queden en eso,
en palabras,
en frases prefabricadas,
de sueños, de anhelos,
construidos para las campañas,
para las ofertas diarias,
de tiempos mejores,
de solicitud de votos,
de apoyos y respaldos.
Aunque en verdad,
eso que llaman democracia,
y que debería ser,
un sistema de gobierno,
con la participación
y beneficio de todos,
desde hace tiempo,
ha dejado de serlo.
La democracia actual,
o su deformación política,
es un sistema de gobierno,
que sirve a un solo grupo,
a los que están en el poder,
a los que consiguieron convencer,
a un electorado,
que busca desesperado,
mejores días,
mejores tiempos,
oportunidades, esperanzas,
sueños… y alegrías.
La democracia actual,
es una deformación
del ejercicio de la política,
del servicio público,
presa de las encuestas,
de hacer o decir,
“lo que la gente quiere oír”,
nada es natural,
todo es preparado.
Es un sistema perverso,
que genera dependencias
para que sientas,
que te hace un favor,
y que no puedes dejar de apoyarlo,
porque entonces el sistema cambia
y con él cambian las cosas,
es decir, pierdes los privilegios,
pierdes las oportunidades,
así sean pocas, así casi ni existan,
así debas rogar por ellas.
Se ha perdido hijo mío,
el concepto de esa democracia
inclusiva y humanista,
que deja de lado el interés
particular o de un sector,
y trabaja por todos,
no solo por los que le dan votos,
sino por todos.
Hemos perdido
un concepto de democracia,
como cuna de las libertades,
de los pensamientos,
de las palabras.
Nos lo han cambiado,
por un disfraz de democracia,
que esconde una tiranía,
donde todo debe organizarse
desde una sola persona,
o un minúsculo grupo de ellas,
que decidirán qué está bien
o qué está mal,
que gastan el dinero,
sin control previo,
que suscriben grandes contratos,
sin que se sepan los datos,
que se apropian de los bienes del estado,
como si fueran los propios,
que se declaran dueños
de la verdad, de los hechos,
que denigran, atacan y dañan,
a los que piensan diferente,
a los que se oponen,
a los que cuestionan,
a los que presentan ideas
diferentes o alternativas.
Por eso,
debemos trabajar hijo mío,
por un ejercicio democrático,
inclusivo y humanista,
que olvide los antivalores
de la ambición, de la avaricia,
de la envida, del odio, de la violencia,
y promueva el diálogo,
el respeto, los derechos humanos,
la paz, la igualdad y la fraternidad.
Debemos trabajar hijo mío,
por un ejercicio democrático,
maduro, tolerante, incluyente,
y para ello,
lo primero que debemos hacer,
es mirar nuestro corazón,
analizar nuestras acciones,
nuestras promesas
y nuestros compromisos…
está claro que el cambio
no empieza afuera,
el cambio es primero,
en nosotros.
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