Como flores hermosas, con color, pero sin aroma,
son las dulces palabras para el que no obra de acuerdo con ellas
Buda
Palabras,
infinidad de ellas,
que se repiten
cada día,
todos los días,
y que nos llegan,
por diversos canales y vías.
Palabras,
algunas de aliento,
otras de sufrimiento,
otras de acusación,
otras de lamento.
Palabras
que cuentan, que dicen,
que transmiten,
que comparten
ideas, noticias,
hechos, mentiras,
rumores, amenazas,
manipulaciones.
Las palabras dichas,
las palabras escritas,
las palabras una vez sueltas,
viajan hacia oídos,
mentes y corazones.
Sufren una suerte
de apropiación e interpretación.
Algunas se convierten
en mantras, en guía,
en verdades absolutas,
en dogmas.
Otras,
en insultos,
en agresiones,
en manipulaciones.
Son así de diversas,
de hermosas,
de complejas
de únicas…
las palabras.
Y no sé,
si en esta suerte de velocidad
de la vida actual,
podemos comprobar
si la palabra es coherente con los hechos.
Sobre todo,
cuando es una suerte
de oferta, promesa,
enseñanza, guía,
motivación, ilusión.
Y, también,
cuando la palabra
es una crítica,
una acusación,
un descontento,
una insatisfacción,
una decepción,
una desilución,
una burla o una mentira.
Que las palabras,
más allá de sus colores,
de sus perfumes,
de sus formas y mensajes,
sean coherencia
entre lo que se dice y se hace.
Que trabajemos,
construyendo cada día
eso llamado integridad:
coherencia entre lo que se piensa,
se dice y se hace, incluso,
cuando nadie nos observa.
No es perfección, es integridad.
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