viernes, 4 de julio de 2025

Confusión y desorden

Si no se aprende, la sinceridad se trueca en grosería; la valentía, en desobediencia; la constancia, en caprichoso empecinamiento; la humanidad, en estupidez; la sabiduría, en confusión; la veracidad, en ruina

Confucio

Leemos cada día,

una interminable lista

de hechos y momentos

que, con el paso del tiempo,

se tornan habituales:

corrupción, violencia,

mediocridad, ambición,

y un deterioro constante 

de la dignidad humana.


Tal parece,

que todo ello,

que todo lo que pasa,

es, por decirlo de alguna manera:

normal.

Normal que nos gobiernen

aquellos que desgobiernan.

Normal es que triunfen

las armas sobre las palabras

y las buenas acciones.

Normal es que los niños ahora

sean delincuentes 

y que deban ser tratados como tal.

Normal es que

no tengamos acceso

a servicios básicos

y que una buena parte de la población

no pueda acceder a agua potable

y alimentos adecuados.


Normal es que dediquemos

la mayor parte de nuestro tiempo,

en noticias y en informaciones

y desinformaciones

sobre personas y hechos

que en nada favorecen

nuestro espíritu y pensamientos,

que nos confunde,

que nos desordena la vida,

el corazón y la esperanza.


Es quizá,

como lo decía Bertolt Brech,

una época de confusión organizada.

Y ante la confusión y el desorden,

hay que trabajar en ordenar:

la vida misma, los propósitos,

lo que leemos, lo que comemos,

con quien nos relacionamos,

a quién seguimos,

a quiénes creemos,

en quiénes confiamos.

Examinar,

con responsabilidad lo habitual,

nos compromete

a dejar la comodidad

de opinar de forma digital

y actuar de forma real.


Las transformaciones,

los necesarios cambios,

ese futuro anhelado,

esa necesidad de sentir

que tenemos dignidad

y que la podemos potenciar

y recuperar,

nos debe llevar,

más temprano que tarde,

a examinar lo habitual

y de verdad actuar,

de lo interior a lo exterior,

para poder cambiar.




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