Lope De Vega
Es una pena
y a la vez
una triste realidad:
nos hemos convertido
-unos más que otros-
en juzgadores
de la vida de los demás.
Muchas veces,
sin darnos cuenta,
medimos a las personas,
con nuestros personales criterios
y los de nuestras percepciones.
Es lógico también,
que nuestras acciones
y nuestras inacciones,
tienen repercusiones.
Lo que hagamos,
o dejemos de hacer,
causa una serie de impresiones.
Nuestra forma de ser,
nuestra forma de actuar,
genera sin duda
una serie de percepciones
en todos los demás.
En eso,
no hay duda alguna,
y por decirlo de alguna manera,
es parte de ese vivir,
de ese convivir.
Lo complejo es
que, en esa suerte de vivir,
suceden varias cosas:
la primera,
que vivamos en función de los demás,
para obtener su aceptación
y también su agrado,
con lo cual dejamos aparcado
nuestro propio corazón
y vendemos nuestra vida
por el qué dirán.
De otro lado,
en esa suerte de vivir,
nos llenamos de suposiciones
de percepciones,
muchas veces infundadas,
o nada comprobadas
y asumimos una realidad
de las personas y las cosas,
que en nada se ajustan
a lo que realmente pasa.
El tema se empeora,
cuando en esa ignorancia,
caemos en la tentación
y en el oscuro juego de juzgar,
de emitir criterios de valor
de una persona
por su manera de actuar.
Y allí no termina,
ese criterio errado,
no se guarda,
se comparte,
con otros juzgadores
que rasgan sus vestiduras
y construyen un rumor
más fuerte que la propia realidad.
Caminamos peligrosamente
a ser presos del juzgar
en la más absoluta ignorancia,
sin darnos cuenta
que, en ese ejercicio,
desnudamos nuestras poca
o nula capacidad de construir
una humanidad digna.
Te juzgarán por verte bien,
mal, triste, alegre,
fracasado, victorioso,
realizado, frustrado…
igual te juzgarán.
Quienes no lo hacen y te conocen,
entonces te aman y respetan.
Quienes no lo hacen y no te conocen,
han entendido el significado
del respeto sumado a la dignidad.
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