La menor minoría en la tierra es el individuo. Aquellos que niegan los derechos individuales, no pueden llamarse defensores de las minorías.
Ayn Rand
La historia de la humanidad,
no deja de sorprender:
ha luchado tanto por la paz,
y ha invertido tanto en la guerra,
que no puedes esperar más,
que caos, terror e impotencia.
Hemos vivido cruentas guerras,
genocidios, matanzas,
abusos de poder,
dictaduras interminables,
así cómo democracias execrables.
Hemos manifestado
nuestro rechazo:
al asesinato,
a la muerte con violencia,
al terrorismo asesino,
a los traficantes de drogas,
a los traficantes de personas,
a los traficantes de armas,
a los asesinos y ladrones de cuello blanco.
Hemos llorado nuestros muertos,
nuestros desparecidos,
nuestros presos políticos,
nuestros presos de conciencia.
Hemos vivido
la impotencia de luchar contra el poder,
hemos sido vejados,
maltratados y humillados.
Y gracias al dolor humano,
logramos redactar un documento
llamado la Declaración de los Derechos Humanos.
Un momento sin par,
un documento especial
un anhelo y un deseo humano,
un acto de justicia y dignidad.
El problema ahora es,
pensar que esa sola declaración,
que es a la vez
la antítesis de la violencia,
el rechazo al crimen
y a la explotación del hombre por el hombre,
sea la solución a nuestros problemas.
Vivimos una época,
en la que no podemos esperar,
que los derechos humanos
sean respetados por el poder.
Hemos llegado a un momento en la historia
en la que el poder te acaricia la cabeza,
mientras que con su mano izquierda,
te roba todos tus derechos humanos.
Hoy,
rogamos por nuestros derechos.
Es más,
creamos tribunales internacionales
de defensa de los derechos humanos,
con la triste realidad
que sirven de poco....
o muy poco.
Quizá,
hemos llegado al punto
de rogar por nuestros derechos humanos,
porque no hemos sido capaces
de cumplir nuestros deberes humanos:
libertad, igualdad y fraternidad.
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