¿Dónde estaba nuestra cabeza:
cuando debíamos votar por los mejores,
elegimos a los peores?,
se preguntaba un ciudadano,
que coincidía con otro,
y con otros que, asombrados,
no alcanzan a entender
cómo la incompetencia llega al poder,
se queda en él y se declara reina.
Quizá la respuesta podría estar,
en el conformismo ciudadano,
en el quemeimportismo
ciudadano,
en la mentira y el engaño
que nacen de aquel mounstro horroroso
llamado marketing político.
¿Dónde estaba nuestra cabeza:
cuando debíamos votar por los mejores,
elegimos a los peores?,
en cualquier lugar, menos,
donde debía estar.
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