La guerra es un crimen en el que están implicados todos los crímenes.
Henry Brougham
Hasta en la guerra,
nos encontramos algo parecido,
a unas normas de conducta.
Hasta en la guerra,
debemos respetar unos acuerdos,
unas declaraciones de principios,
que buscan proteger a los más débiles,
a la población civil desarmada,
a la población civil desesperada.
Los atentados graves
contra las personas y los bienes,
en especial el homicidio intencional,
la tortura, los tratos inhumanos,
incluidos los experimentos biológicos,
y el hecho de infligir deliberadamente
grandes sufrimientos;
la destrucción o la apropiación de bienes;
la obligación de prestar servicio en fuerzas enemigas;
la denegación de un juicio justo;
la deportación o traslado ilegales;
el confinamiento ilegal; la toma de rehenes;
los ataques contra la población civil o contra objetos
civiles,
esos son, entre otros,
los crímenes de guerra.
Hoy miramos impotentes,
como se asesina en Palestina, en Libia, en Irak,
en Ucrania, en Afganistán, y en muchos lugares más.
Miramos de lejos,
como se comenten sin miedo
crímenes de guerra,
todos los días, todas las horas,
mientras los políticos
y las potencias del mundo,
discuten y hablan y hablan y hablan.
Hoy, con tristeza, debo admitirlo,
miro la impotencia de la Organización de las Naciones
Unidas,
que nació justamente
para promover el respeto de los derechos humanos,
para denunciar los crímenes de guerra,
para autorizar el uso de la fuerza,
cuando los derechos humanos
fuesen quebrantados
por gobiernos o grupos humanos.
La industria de la guerra,
demuestra que es la que manda
que es la que ordena
sobre el destino de los pueblos
sometidos a los crímenes de guerra.
El poder del poder,
sustenta sus tentáculos
en la industria de las armas,
en la industria del terror y las balas.
Mientras asistimos impotentes,
a un espectáculo macabro,
poblaciones destruidas,
civiles asesinados,
gente llorando su pena y su desgracia,
enfermos y heridos,
apilados en espacios inhumanos,
si esperanza de recibir
básicos cuidados.
Ciudades sin luz y sin agua,
si alimentos, sin medicamentos,
sin ilusión, sin esperanza.
Cada muerte en la guerra,
significa un retroceso en la toma de conciencia,
por el respeto a la vida y a los derechos humanos.
Es perder el norte en la construcción de una cultura de paz,
es retroceder en la escala de valores.
Crímenes de guerra,
que quizá queden impunes,
solapados por el paso de los días
de los tiempos, y de nuevas historias,
que harán que olvidemos
el horror de la historia,
y emparemos de nuevo
a miran como la violencia
toma por asalto la paz de las personas.
Algunos se preguntarán,
¿y qué podremos hacer nosotros,
tan lejos de esos conflictos?
¿cómo podemos ayudar,
si somos solamente
ciudadanos de carne y hueso?.
Podríamos empezar,
por conocer nuestros propios derechos humanos,
por respetarnos y promover su respeto,
por ser ejemplo de ciudadanía y compromiso social,
por comprometeros con la libertad,
por impedir que el poder nos seduzca
con migajas y compra de conciencias.
Deberíamos levantar la voz
y denunciar al criminal de guerra,
sumarnos a la protesta mundial,
exigir respeto a la vida y a los pueblos.
Debemos educar para la paz y para la vida,
para el respeto y la tolerancia,
para la convivencia y la armonía,
para la convivencia en conflictos sin violencia.
Solamente pensemos, por un momento,
que la guerra toque nuestra puerta,
esperaríamos al menos que alguien en el mundo
pida por nosotros, nos ayude,
nos calme la pena,
nos brinde comida,
nos de cobijo… nos de esperanza.
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