“El miedo es la inseguridad a lo desconocido.
El pánico es la seguridad de lo conocido”.
Camina un niño por la calle,
ignora el asecho, ignora al maleante,
que se acerca de frente,
que intenta decirle
algo convincente,
para que se vaya con él,
y consumar el acto cruel
de vender su cuerpo
como mercancía al mercado negro
de órganos y personas.
Una historia cruel,
que pasa en nuestra ciudad,
y que nada podemos hacer
pues no tenemos la capacidad
de luchar contra el crimen organizado
contra las bandas delincuenciales,
contra los sicarios a sueldo,
que se toman por asalto
lo que antes eran calles y veredas nuestras.
Una sociedad,
una ciudad insegura,
transmite miedo y temor
a quienes la habitan,
deja de ser flor
y se transforma en infierno,
donde los demonios del mal
agreden a los ciudadanos buenos.
Y las historias crueles,
por desgracia siguen,
la vida pierde el valor espiritual
y se convierte en un bien material
que se puede cegar
con el pago de unas cuantas monedas
que ponen fin a la deuda,
que consagran el odio,
el deseo maligno
de acabar con el prójimo.
El miedo, el terror, la inseguridad,
es parte de nuestro tiempo,
nos lo recuerda a diario
la prensa, la televisión y la radio,
que dan cuenta de las muertes,
de los secuestros, de los robos,
de las violaciones y tantos otros
actos de terror
en contra de nosotros, los ciudadanos.
Las lágrimas, los llantos,
la desesperación y el desencanto,
se incrementan
con la inseguridad que se observa
en las instancias del Estado
que tiene por mandato
cuidar de los ciudadanos.
Nuestra Policía, no tiene los medios,
y si los tiene, no son suficientes.
La Fiscalía, no se da abasto,
ni encuentra el rastro de los delincuentes.
Nuestros Jueces, afectados
por la pugna de poderes,
y los políticos de turno,
diciéndonos a voz en coro,
que todo está bien,
que en el país exageran los medios,
que nada tienen que ver,
las políticas de puertas abiertas,
donde circulan sin control,
delincuentes de origen nacional
y también del extranjero.
Que la revolución terminó,
con la oficina de inteligencia contra el crimen,
y mientras la vuelve a reorganizar,
el miedo, el temor y la inseguridad,
se instalan en nuestras ciudades.
Los únicos felices quizá,
serán los narcotraficantes,
los tratantes de blancas,
los fabricantes de armas,
los delincuentes desalmados,
los que viven del caos,
que miran a un pueblo,
a una sociedad acostumbrada a la paz,
sucumbir ante el miedo, el temor
y la inseguridad.
¿Qué podemos hacer nosotros,
los que independientemente del poder,
seguiremos la vida y construimos el futuro,
asumiendo un presente complejo,
y por momentos evocando
un anhelado pasado.
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