No puedo hijo mío,
dejar de hablarte de quienes,
de manera temporal
ejercen el poder popular.
En estos días,
hemos escuchado
diversas formas
de hacer lo que llamamos:
política en general.
Los políticos
son seres especiales,
y te lo digo pues no sé
si algún día decidas
ser uno de ellos.
Te decía, son especiales,
pues en sus discursos
informales u oficiales
usan las palabras
de manera diversa.
Hay discursos de violencia,
cada ves mas comunes,
que dividen a la gente,
que se construyen
sobre la miseria de unos,
sobre la injusticia de otros.
Discursos de odio hijo mío,
que recogen de la historia
todo lo que atrás dejamos,
no porque lo olvidamos,
sino porque el presente,
porque el futuro
se construyen sin odios,
mas ellos, los políticos del odio,
desentierran dolores y temores,
buscando con ello que los veamos
como nuestros salvadores.
Discursos violentos
que abusan de la palabra
para limitar la libertad,
aquella de expresión
y se convierten en la palabra única
en la palabra final.
Recuerda hijo mío,
el discurso violento
refleja intolerancia,
inmadurez política,
resentimiento social
e incapacidad mental,
buscando sembrar,
no en las mentes,
sino en los corazones,
un odio creciente,
que ciega toda capacidad
de analizar, de observar,
quién dice la verdad.
Por el contrario hijo mío,
hay discursos de paz,
que buscan integrar,
recordarnos que somos
como los dedos de la mano:
solos casi inútiles,
juntos una fuerza sin par.
Discursos de paz,
que dicen la verdad,
que nos invitan al trabajo,
que nos invitan a meditar,
nuestra corresponsabilidad ciudadana,
nuestro futuro en comunidad.
Discursos de paz,
que son pocos, es verdad,
y por tanto los hay que cuidar,
los hay que replicar,
para que sepan aquellos,
los populistas del odio,
que hay otras formas de gobernar.
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