viernes, 29 de febrero de 2008

Ecuador bajo el agua


Son horas y horas de lluvia,
como si la tierra entera
llorara su pena, llorara una pena,
por los abusos que sufre,
por los malos usos,
del bosque, del río,
de los muchos sembríos.

Horas de lluvia,
que a su paso dejan,
a familias enteras,
a pueblos y ciudades
por doquiera,
anegadas, inundadas,
sumidas en profunda desgracia,
impotentes siquiera,
de limpiar la casa,
la vereda enlodada,
la calle hecha una desgracia.

Horas de lluvia,
que se ensañan de veras,
contra nuestra gente,
aquella humilde y sencilla,
que construyó su casa,
sin previsión alguna,
sin seguridad de nada,
a la vista de quienes
su seguridad garantizar debían.

Horas de lluvia,
que sembríos destruyen,
aquellos campesinos,
cosecharán penas,
desgracias eternas,
pues han dejado la vida
en el surco y la semilla.

Horas de lluvia,
que borran del mapa
carreteras y caminos,
no bastaba entonces
los baches, el polvo,
las piedras en el camino,
debían entonces destruirse
por completo,
aislando a la gente,
interrumpiendo el viaje,
limitando el acceso,
de comida, de insumos,
de gente…

Horas y horas de lluvia,
que a las ciudades afectan,
poniendo en evidencia plena,
la pobre gestión de la autoridad encargada
y de algunos ciudadanos,
a los que poco importa,
donde la basura se deja,
o si condiciones existen
para construir una casa.

Horas de lluvia,
está llorando la tierra,
la pacha mama,
la madre GAIA,
que quizá nos pide,
quererla como una madre,
y como tal respeto darle,
cariño eterno prodigarle,
defensa de su vida y su integridad
prometerle,
y ayudarla siempre
a envejecer con dignidad humana.

Horas de lluvia pasan,
mientras los políticos hablan,
se reúnen, planifican, discuten,
se acusan unos a otros
de culpas pasadas,
de pecados presentes,
de peculados futuros.
Emergencias declaran unos,
emergencias piden otros,
centros de operaciones
de par en par se instalan,
pero a la gente, ni agua,
ni pan, ni chicha, ni limonada.

Mientras la vida de muchos
ecuatorianos decentes,
como agua en los dedos se escapa,
horas y horas de palabras,
son lo que de las autoridades tenemos,
y aparte de eso: nada.

La tierra llora
sobre sus hijos,
más indefensos,
momento entonces
de unir nuestras manos,
aquellas que un puñado de arroz
regalan, de lo poco que tienen,
como aquella ejemplar familia,
que en época de pobreza extrema,
recibió de la Madre Teresa,
una libra de arroz,
para que se alimentaren
los padres y cinco
de sus pequeños hijos,
y cuando la madre recibió
el precioso regalo,
lo dividió en dos,
regalando su mitad,
a otra familia extensa,
que llevaba días,
sin llevar pan y agua,
ni nada que servir en su mesa.

La tierra llora
y nuestro Ecuador
bajo el agua,
en momentos aciagos,
solidaridad es la palabra,
poner el hombro la acción,
tranquilidad el valor,
y esperanza la visión.

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