La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto,
no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos
Henry Van Dyke
Vista como objeto inalcanzable,
soñada cual utopía,
promovida por quienes la alcanzan,
ofertada en discursos embusteros,
la felicidad está presente
como un anhelo, como un objetivo,
como un premio,
como lo inalcanzable,
como lo perfecto,
como la meta, al final del camino.
La felicidad tiene
tantos colores como el arcoíris,
tantos olores propios,
tantos sentimientos,
tantos conceptos y definiciones,
que ponerse de acuerdo,
es casi imposible.
Pero,
en general
la felicidad nos evoca
estados emocionales
y también mentales
donde hay bienestar,
satisfacción, alegría,
plenitud, placer, logro,
crecimiento, mejora,
paz, dignidad, amor,
y tantas cosas más.
Lo hermoso y contradictorio,
es que no es permanente.
Por momentos fugaz
y por otros, puede durar horas,
quizá días,
pues convive
con las realidades de la vida:
dificultades, frustraciones, imperfecciones,
odios, envidias, venganzas e intolerancias.
Entonces entiendo,
que si bien es felicidad,
no es perfecta, ni lo debe ser.
Entonces, la siento cerca,
posible, alcanzable,
es más, puedo recordar
que la viví, en ciertos momentos,
que me hacen sonreír.
La felicidad,
le felicidad imperfecta,
está en eso que somos,
en eso que queremos ser,
en ese encuentro íntimo
que nos lleva a preguntarnos:
¿qué somos?
¿qué queremos ser?
¿cómo mejorar?
¿qué me lleva a ser como soy?
¿qué debo ajustar en mi vida,
para sentirme mejor,
para dar sentido a mi vida?
Cada respuesta,
cada acción,
cada tiempo, hábito, mejora,
amor propio, amor del bueno,
nos brindará sorbos de felicidad,
en medio de una vida,
llena de sentimientos y vivencias diversas.
Vivirlos en y desde el corazón,
dará a la felicidad
un sentido de autenticidad.
Que no dejemos de soñar,
pensar y construir
nuestra propia felicidad.
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