Si
no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos,
creemos
en ella para nada.
Noam
Chomsky
Vivir la democracia,
es vivir las libertades,
es hacer uso responsable de ellas,
es aprender a convivir en la diversidad,
es aprender a escuchar
opiniones contrarias.
Es común observar,
que las normativas de algunos países,
donde se dice que se vive en democracia,
tienden a limitar el ejercicio de las libertades.
Se hace uso de los poderes públicos,
y de las instituciones públicas,
para limitar el ámbito de las libertades.
Los argumentos son variados:
“ha existido mucha
libertad,
o quizá que hemos
confundido libertad con libertinaje,
o que probablemente
los poderosos son los libres,
y los que no están en
el poder no lo son,
y que por tanto las
leyes que limitan las libertades,
otorgarán el mismo
nivel de libertad
a todos los ciudadanos”.
Cuando hablamos de libertades,
hablamos de educación.
El anhelo de ser libres,
para vivir, para fijar nuestro domicilio,
para escoger nuestro trabajo,
nuestra profesión, nuestra ocupación,
nuestra programación de televisión,
nuestra comida, nuestra ropa,
nuestros gustos,
la forma de cubrir nuestras necesidades básicas,
siempre y cuando no afecte el derecho de otros,
o atente a las libertades de otros,
es algo intrínseco a la persona.
El anhelo de podernos expresar libremente,
de leer, escuchar o mirar lo que otros opinan,
no nos abandona como seres humanos,
a pesar de que las normativas se empeñen
en limitar la libertad de la palabra.
El problema creo yo,
y acepto desde ya las críticas en contrario,
y el hecho mismo de estar equivocado,
es que quizá no creemos mucho en las libertades,
es que quizá no nos vemos libres,
no nos soñamos libres,
no nos creemos capaces de ejercer nuestras libertades,
porque el ejercicio de la libertad
comporta necesariamente,
una grado importante de responsabilidad,
de tolerancia,
de prudencia,
de fraternidad,
de respeto por el prójimo y su comunidad.
Quizá nos callamos ante las limitaciones a nuestras
libertades,
porque es un papel cómodo,
una actitud cómoda,
una actitud que no nos afecta,
que no nos complica la vida,
porque quien nos quita la libertad,
nos paga un sueldo como empleados,
porque quien nos quita la libertad,
ha ido ganando espacio en nuestro autoestima
y cada vez nos creemos el espejismo del dios de barro
que decide sobre nuestras vidas,
que nos quita las libertades,
y nos dice qué hacer, cuándo hacer y cómo hacer.
Para vivir en libertad,
hay que creer en ella,
hay que sabernos merecedores de ella,
hay que generar las condiciones para ella exista,
hay que regarla todos los días,
como una planta querida,
no con agua,
sino con compromiso social,
con responsabilidad ciudadana,
con trabajo honesto,
con respeto al prójimo,
con honestidad para elegir nuestros gobernantes,
con compromiso de trabajo por el bien común,
con amor a los que decimos amar,
con amor por quien lo hacemos,
con el convencimiento eterno
de que todo lo que hagamos,
será para beneficio de los que amamos,
en este presente y en el mañana que no sabemos.
Creer en la libertar,
vivir en la libertad,
¿cuántos estamos dispuestos a hacerlo?.
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