Procuremos más
ser padres de nuestro porvenir,
que hijos de
nuestro pasado
Cuenta la tradición,
y también la historia
de una figura importante,
de un elemento determinante
para la libertad de la conciencia,
del pensamiento y la acción:
los Padres de la Patria,
¡qué dignidad tan grande!,
que se concedió a quienes,
rompieron las cadenas de la opresión
de la ignorancia y la ignominia
y liberaron las mentes y corazones
de ciudadanos de los que se esperaba
responsabilidad y trabajo
para construir la nueva vida.
Nos recuerda también la historia
que con el tiempo,
aquel apelativo,
aquel calificativo
se trasladó a la figura
por hoy conocida
como diputado,
parlamentario o asambleísta.
Son estos representantes,
a los que se llama padres,
padres de la patria,
todos, responsables,
de construir una legislación
de beneficio común,
de interés de todos,
de cuidado del ambiente
y también del ser humano.
Son, o al menos deberían ser,
custodios de la fiscalización,
entendida ésta como el derecho soberano
de exigir rendición de cuentas
a los que ejercen el poder.
Son, o al menos deberían ser,
los jueces naturales
que investigan y denuncian
la corrupción del poder.
Según la historia,
según la costumbre
y según la tradición,
los padres de la Patria,
velan por todos sus hijos,
no importa su edad, su sexo,
su condición social,
es más,
no importa su creencia política,
religiosa o su pensamiento de la vida,
no importa si tienen dinero,
si tienen trabajo,
o si no tienen nada de nada,
el padre está ahí para velar,
para cuidar,
para proteger,
para acompañar,
para impulsar.
Cuando esos padres fallan,
cuando esos padres abusan,
cuando los padres de la patria,
olvidan lo que son,
y actúan por un interés mezquino,
por una disposición sin sentido,
por un falso espíritu de cuerpo,
que oculta la voluntad siniestra
del poder por el poder.
Cuando esos padres,
abusando de su condición,
allanan el camino para construir
la prisión de las libertades ciudadanas,
sus hijos,
aquellos que por ellos votaron,
y aquellos que no lo hicieron,
pero que viven en el mismo cielo,
se convierten en huérfanos,
porque se respira en el aire
algo parecido
al olor podrido
de la mala intensión disfrazada
de palabra, de discursos,
de referencias a la democracia.
Orfandad paterna,
cuando los padres de la patria,
hipotecan el futuro de sus hijos,
fingiendo vivir
la fiesta de la democracia.
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