Dice
el refrán popular: pueblo chico, infierno grande. Ese infierno es fruto del
rumor. La ciudad y la sociedad han sufrido el daño del rumor, de la
especulación no confirmada que se lanza al viento, al aire, al oído de las
personas y que buscan hacer verdad una mentira o una información poco o nada
objetiva.
El
rumor al no ser información contrastada de difunde de manera encubierta. Antes
por cartas y fotocopias, hoy por internet, por correo electrónico por espacios
en la web donde el honor de las personas y las instituciones valen poco.
El
rumor encuentra tierra fértil en la ignorancia, en el oído y en la boca del
ignorante. Que cree en el rumor, que lo difunde, que lo aumenta, que lo asume
como bandera de lucha y reclamo. Esa ignorancia carece de ética porque
irrespeta el honor y la dignidad.
El
rumor desconoce la frontalidad y la justicia como camino. El rumor actúa en la
clandestinidad, se oculta, engaña sobre su personalidad, sobre su fortaleza,
sobre su verdadera intensión.
El
rumor triunfa cuando su mentira, repetida mil veces, se transforma en verdad
para el ignorante. El rumor pierde, cuando la ética le hace frente, cuando la
mentira no tiene oídos, cuando el rumor es desechado, rechazado y puesto en su
sitio: el cesto de la basura.
El
pueblo deja de ser infierno, si el rumor descansa en el basurero. Y, si la
verdad nace en el corazón y se transmite como alimento fresco.
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