"No es posible crear una publicación de verdad independiente
en un mundo oprimido en todos los órdenes."
José Vasconcelos
Poner límites a las palabras,
al pensamiento y a las ideas,
ha sido siempre tarea
de los amantes del absolutismo.
Las libertades no se limitan,
se delimitan a través de la educación,
teniendo como herramienta a la ética,
como forma de vida a la moral
y como fin último el servicio público.
Nadie discute que hay intereses
de grupos empresariales,
de agrupaciones ilegales,
de sectores que poco tienen que ver
con la comunicación social,
con el periodismo independiente,
con la compleja tarea de informar
y formar en las personas
una opinión pública responsable.
Pero, es verdad también,
que hay en la comunicación social
verdaderos apóstoles que entregan
día a día, jornada a jornada,
parte de su vida,
como lo prometieron un día,
para que nada quede oculto,
para que sepamos la verdad de las cosas,
o al menos una buena parte de ella
y no seamos presa
de manipulaciones perversas
de quienes detentan los hilos
de la comunicación siniestra.
Es cierto también que el Estado
debe contar con espacios de comunicación,
radio, prensa y televisión,
pero bajo ese concepto:
de medios del estado,
al servicio de los ciudadanos,
y no medios del gobierno de turno
que los utiliza como murales
de sus personales triunfos y dichos
y que les impide asumir una posición
de medios de comunicación
y no de incomunicación.
Es lamentable y hay que reconocerlo
que en medio de todo esto
hay una audiencia ignorante
que se alimenta de telebasura
o prensa amarilla y roja
que lucran de las miserias humanas,
porque no educamos,
porque no enseñamos,
porque no valoramos,
lo que debemos leer,
escuchar y ver,
porque se ha convertido en costumbre
las acciones violentas,
las escenas morbosas,
los comentarios soeces,
los insultos, las peleas,
las amenazas, los rumores,
las mentiras y los odios,
incluidos en telenovelas,
en textos de noticia,
en comentarios de radio,
en editoriales y en fotografías.
Ello, todo ello,
nos dice algo, o al menos,
nos lo quiere decir,
que debemos educar,
que debemos educarnos,
y eso no lo consiguen las leyes
que pretender entregar a unos pocos
el poder sobre los medios,
la decisión sobre los contenidos,
la capacidad de limitar
lo que les gusta o no,
sin importarles la razón de ser
de los medios de comunicación,
de la comunicación social.
Poner límites a las palabras,
al pensamiento y a las ideas,
ha sido siempre tarea
de los amantes del absolutismo.
Resulta irónico,
que quienes promocionan las libertades,
sean los primeros que las limiten,
buscando el beneficio propio
y no el de sus electores.
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