Toda reforma impuesta por la violencia no corregirá el mal:
el buen juicio no necesita de la violencia.
León Tolstoi
Un niño de escuela,
“se porta mal en clase”:
conversa, se distrae,
juega, pelea, ríe, llora,
y por eso,
el profesor lo castiga,
lo expulsa de la clase,
le dice frente a sus compañeros
que no es responsable
que debería estar ahí,
como una estatua,
aprendiendo “eso”,
que será para su beneficio.
Un niño llega a la escuela
y a la vez que aprende
también se enfrenta
a la violencia cruenta,
al acoso del profesor,
del compañero abusivo,
del grupo de amigos,
que se burlan,
que lo pegan,
que lo abusan,
que lo intimidan.
La violencia en la escuela
está ahí,
oculta tras unos ojos
que se cierran para no ver,
tras unos labios que se aprietan
para no hablar,
tras unas manos,
que caídas están,
y nada pueden hacer
por defender la verdad
por acusar al acosador,
por construir la paz.
La educación violenta,
es producto
del ejemplo de los violentos.
Violento el padre que cree
que con gritos, golpes y amenazas
educa al hijo para la vida.
Violento el maestro
que utiliza su investidura
para burlarse del alumno,
para educarlo con ironías,
para golpearlo o maltratarlo.
Violento el niño, el joven,
que descubre en el acoso,
el golpe y el rumor,
el arma perfecta para dominar
e intimidar
a su compañero temeroso.
Violento el sistema
que prefiere evaluar contenidos
y no comportamientos,
corazones y mentes
de los que serán
los ciudadanos del mañana.
Violenta la educación
que en lugar de educar
busca a la persona dominar,
intimidar y limitar
su comportamiento y manera de pensar.
Violenta la ley,
que castiga y juzga
en contra de la justicia.
Violento el ciudadano,
que ante la violencia calla
porque es más cómodo,
porque es mejor estar callado,
porque le tiene miedo al poder,
porque si habla,
le dirán que es un desgraciado.
Violento el sistema,
que juzga a jóvenes violentos,
a sus propios hijos,
sin enseñarles que la tolerancia,
la fraternidad, la humanidad,
el respeto, la convivencia pacífica,
la convivencia de las diferencias,
son valores de hoy y no del ayer.
¡Hay de la justicia,
que dedica su tiempo y su esfuerzo
a juzgar al niño y al joven violento,
y deja pasar al desgraciado
que roba la ilusión de un pueblo,
que espera adormilado
el milagro del sueldo sin trabajo
y el progreso sin esfuerzo!
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